Controlar las emociones disminuye el Cortisol y aumenta la DHEA.
El cortisol es la hormona del estrés malo. La DHEA es la hormona de la vitalidad y del freno al envejecimiento. Las dos hormonas están en guerra. Si gana el cortisol la vida está abocada al fracaso. Si gana la hormona DHEA, la felicidad está bien encauzada.
La razón está en que la felicidad no es otra cosa que el porcentaje del tiempo en el que disfrutamos de buenas emociones y por tanto de buenos momentos. La felicidad es la victoria de la DHEA sobre el cortisol. El cortisol, además, es una especie de bomba de relojería que inyectamos en la sangre. Es pan para hoy, hambre para mañana.
A emociones más intensas, inteligencia menos productiva
La guerra del cortisol contra la DHEA o dehidroepiandrosterona se libra en una parte del cerebro llamada amígdala, la gran controladora de nuestras emociones.
Es un radar que escanea la realidad detectando si hay situaciones de amenaza con respecto a nuestras necesidades emocionales básicas (seguridad, variedad, singularidad y conexión) y dictamina en forma de emociones positivas (si la realidad escaneada es normal) o negativas (si la realidad escaneada supone un peligro)
La amígdala tiene la llave para hacer que pongamos cabeza para resolver los problemas a los que nos enfrentamos; o bien nos deja a los pies de nuestras emociones más instintivas y primitivas.
Si la amígdala detecta una situación “rara” en el entorno que escanea, dispara una emoción negativa intensa (la más habitual es el miedo, pero puede ser también la ira, la tristeza, el aburrimiento, etc.) que a la vez inyecta un chute de cortisol al cuerpo para ponernos en situación de alerta.
Un efecto de este proceso es que “sale” sangre del córtex (la parte del cerebro donde está el juicio, el control, la ecuanimidad, la sensatez, la visión periférica, etc.) para llevarla a los músculos. El resultado de todo ello es que la mente entra en visión de túnel y se centra en exceso en el objeto que ha causado la alerta, trayendo a la mente más información negativa, que además intensifica la emoción negativa, con lo que se inyecta más cortisol, etc.
Como consecuencia entramos en un bucle negativo que además de hacernos torpes en la toma de decisiones, nos envejece y nos resta vitalidad. Se puede decir que cuando sentimos una emoción intensa (especialmente si es negativa) la capacidad intelectual disminuye (temporalmente) en la misma medida.
Las emociones juegan un papel decisivo en la vida, ya que en ellas radica una parte sustancial de la calidad con la que vivimos. Las emociones también predisponen a que tomemos un tipo de decisiones u otras; por tanto, nos hacen más o menos inteligentes.
Por ejemplo, el miedo predispone a la huida o a la parálisis; la ira, al ataque; y la tristeza, a la inacción. Por el contrario, la sorpresa invita al descubrimiento y la curiosidad; la alegría al disfrute de la vida y el amor a la generosidad y al servicio.
El cortisol es una hormona que puede ser útil para el corto plazo; un estado de alerta ante un peligro puede ser beneficioso, pero que tiene un impacto letal a la larga. El cortisol enrarece el carácter, quita vitalidad y envejece al organismo. Mucha pérdida para tan poca ganancia.
La hormona anti-estrés se llama DHEA. Es la que nos ayuda a mantener la vitalidad y la que retrasa el envejecimiento. Es una hormona que nos permite razonar con amplitud de miras (ver soluciones y no problemas) y nos “cuida” los órganos del cuerpo. Aunque podemos incrementarla en nuestro organismo mediante suplementos alimenticios, siempre será mucho mejor hacerla crecer a través de actos de agradecimiento, reír, bailar, hacer deporte, etc. La DHEA o dehidroepiandrosterona se crea también a través de emociones positivas como la sorpresa, la alegría, el amor, etc.