Qué es el amor.
El amor es más que emociones y es mucho más que una buena sensación. Pero nuestra sociedad ha cambiado lo que Dios dijo sobre el amor, el sexo e intimidad por simples emociones y sensaciones. Dios describe el amor detalladamente en la Biblia, especialmente en el Primer Libro de Los Corintios, Capítulo 13. Para que puedas entender el verdadero sentido de la definición de Dios sobre el amor, déjame presentarte los versos 4 al 7 (1 Corintios 13:4-7) de esta manera: ¿Qué tanto se satisfacerían tus necesidades si una persona te hubiera amado como dice Dios deberíamos ser amados?
- ¿Si esta persona te respondió con paciencia, amabilidad y sin haberte tenido envidias?
- ¿Si esa persona no fue jactanciosa u orgullosa?
- ¿Qué tal si esta persona no fue grosera, egoísta o de mal carácter?
- ¿Y si esta persona no guardó una lista de tus errores?
- ¿Qué tal si se rehusó a serte infiel y se ganó tu confianza?
- ¿Y si esta persona te protegió, confió en ti siempre, esperó lo mejor para ti y perseveró a pesar de los conflictos
Teoría del triángulo del amor de Sternberg
A finales de los años 80, un psicólogo llamado Robert Sternberg formula la teoría del triángulo del amor, y gracias a él hoy podemos hablar de los tres pilares sobre los que se basa una relación de pareja: compromiso, deseo e intimidad. Centrémonos en la intimidad…
La intimidad se relaciona con la sensación de pertenencia, entendida como la sensación de sentirse comprendido y comprender, de sentirse apoyado y apoyar, de compartir (tiempo, actividades, familia, etc). Por tanto, favorece el acercamiento, el vínculo y la conexión.
La intimidad requiere de confianza y conocimiento mutuo. De ahí surgen esas ganas de querer hacer feliz a la otra persona, formar parte de su bienestar y de querer compartirlo todo. Se basa en el respeto, ayuda mutua y la valoración de la persona amada. Además actúa como apoyo emocional.
La intimidad implica sensación de apoyo incondicional, saber que esa persona que tanto queremos estará a nuestro lado en cualquier momento nos genera bienestar y, por tanto, se convierte en uno de los pilares fundamentales en una relación sentimental.
Cuando en una pareja hay compromiso y deseo pero no intimidad hablamos de una pareja superficial, donde la confianza, el apoyo emocional y el compartir temas personales se relegan al plano de la amistad. Es una relación basada en secretos y confidencias a terceras personas. Aunque es una pareja con proyectos de futuro y momentos de bienestar y placer. En este caso, la terapia de pareja y terapia psicológica se enfoca, entre otros aspectos, a trabajar para mejorar la comunicación entre los miembros.
Amor e intimidad
No es amor el que cambia cuando cambios halla, o cede ante quien lo aparta para apartarse. iOh, no! Es un rasgo fijado para siempre que contempla las tempestades y permanece inalterable.
WILLIAM SHAKESPEARE,
Pero el amor… no es más que una historia que uno forja en su mente acerca de otra persona, y uno sabe en todo momento que no es verdad. Por supuesto que lo sabe; pues uno tiene siempre buen cuidado de no destruir la ilusión.
VIRGINIA WOOLF,
Significados del amor.
Para cada uno de nosotros, el amor significa cosas diferentes. Aun si limitamos nuestro análisis a lo que la mayoría de nosotros llamamos amor romántico, dejando a un lado las complejidades del amor familiar, fraternal, platónico y otras expresiones no románticas de esta inefable emoción, la palabra «amor» continúa siendo extremadamente difícil de definir.
Para empezar, con frecuencia no es fácil trazar una línea divisoria entre gustar y amar. Aunque varios investigadores han intentado acotar el concepto del amor, no todo el mundo está de acuerdo en si el amor es o no una entidad separada, distinta. Algunos psicólogos creen que «la única diferencia real entre gustar y amar reside en la profundidad de los sentimientos y el grado de nuestro compromiso con la otra persona» Por otra parte, la psicóloga Ellen Berscheid ha observado que…
«parece bastante claro que el que nos guste más y más una persona no conduce, al final, al amor romántico; el que nos guste más y más sólo conduce a que nos guste muchísimo».
También nosotros creemos que el gustar y el amar, aunque están interrelacionados, son fenómenos muy diferentes.
Los psicólogos han estudiado el amor muy atentamente a lo largo de los últimos veinticinco años, pero la definición más clara de amor que conocemos fue escrita por el novelista Robert Heinlein, que observó:
«El amor es ese estado en el que la felicidad de otra persona es esencial para la nuestra propia».
A pesar de su claridad, esta descripción ni siquiera comienza a insinuar la apasionada intensidad del amor romántico, su ardiente anhelo de unión tanto sexual como emocional, ni la tempestuosa angustia que suele sobrevenir cuando el amor romántico desaparece.
El amor romántico.
Uno no tiene necesidad de definir la naturaleza exacta del amor romántico para imaginar lo que sucede cuando una relación no funciona como debe. Las ilusiones irreales respecto del amor y las relaciones románticas desembocan en un dolor desmedido. (Sólo fíjese en el creciente número de divorcios de los últimos cuarenta años, y podrá verlo en términos cuantitativos bastante crudos.) Puede que queramos enamorarnos rápidamente y sin esfuerzo, que el amor sea incondicional y eterno, ser abrazados por el amor como si fuera un refugio de seguridad y perdurabilidad contra el mundo, pero podríamos encontrarnos desprevenidos ante las dificultades y retos cuando queramos llevar a la práctica, en la vida real, nuestras buenas intenciones.
Ni siquiera unas expectativas más realistas bastan para mantener una relación amorosa a lo largo del tiempo. Se requiere trabajo —con frecuencia un duro trabajo—, y esfuerzo consciente para establecer e ir modificando la comunicación y el entendimiento. Mucha gente desconoce este detalle, y cree que el verdadero amor florecerá, por muchos obstáculos que aparezcan en su camino.
Pero el amor romántico no se sustenta por sí mismo, sin esfuerzo, del mismo modo que la pasión puede menguar si se la descuida o da por sentada. Asimismo, ni siquiera las relaciones más apasionadas tienen garantía alguna de perdurar.
Como señaló un sociólogo, Morton Hunt:
«Las promesas formales de amor son promesas que nadie puede mantener, porque el amor no es un acto de voluntad; los lazos legales no tienen poder ninguno para mantener vivo al amor cuando éste se está muriendo»
Dejando a un lado dichas dificultades, el atractivo del amor es grande, arrebatador y estimulante. El amor romántico puede parecer una panacea para muchos problemas de la vida: fuente de sentimientos intensos, embriagadores y embelesadores, el amor nos hace sentir bien con nosotros mismos, eleva nuestra propia estima y refuerza nuestro sentimiento de comunión con el otro y realización.
Así que la incansable búsqueda, animada por la esperanza de encontrar «la» persona adecuada con la que unirnos de por vida, es una de las principales prioridades de muchos seres humanos, y bien debe serlo porque el amor infunde y anima un optimismo esencial respecto de nuestros potenciales humanos.
El hechizo inherente al amor y la importancia que nuestra sociedad le otorga.
Por desgracia, el hechizo inherente al amor y la importancia que nuestra sociedad le otorga al haberse emparejado con éxito, lleva a algunas personas a ver el amor a través de un filtro que desdibuja la realidad, creando una visión de las relaciones amorosas que tiene mucho de cuento de hadas.
Ésta es la versión «y vivieron felices y comieron perdices», que considera el enamoramiento como un acontecimiento pasivo, inexplicable, que de alguna forma sucede, y cree que la vida encaja en su sitio, sin esfuerzo, una vez que ha hallado el verdadero amor. Las personas que tienen esta visión del amor podrían pasar la mayor parte de su juventud esperando a que se produzcan los repentinos encuentros mágicos que los transportará. Pero si consiguen enamorarse, cuando lo hacen se ven de modo casi inevitable desilusionadas en cuanto el amor supera su etapa inicial de intenso júbilo.
La vida real significa que, junto con el enamoramiento y el sexo, llegan inevitables luchas de poder, discusiones, frustraciones, celos y aburrimiento que habitualmente ponen a prueba cualquier relación humana. Puede constituir un rudo despertar el descubrimiento de lo diferente que es la realidad de lo que debería ser el amor.
Otras personas esperan que el amor nazca de una intensa atracción pasional. Esta visión del amor subestima su durabilidad o su capacidad para crecer y florecer a lo largo del tiempo, y lo clasifica según una forma cuantitativa esencialmente unidimensional: por la fuerza de la atracción. Los que piensan de este modo conceptúan erróneamente los complejos fundamentos del amor, y hacen caso omiso de variables tan importantes como la madurez que cada uno de los integrantes aporta a la pareja, la forma en que cada integrante reacciona cuando es amado, lo flexible que es cada uno, y cuán leales y dignos de confianza son ambos. Por muy apasionadamente que dos personas se sientan atraídas la una hacia la otra en la etapa del enamoramiento, no existe ninguna garantía de que eso vaya a transformarse en un compromiso de larga duración. La pasión, la lujuria, la sensualidad y el sexo son partes del amor, pero no todo lo que existe en amar y ser amado. Por eso resulta contraproducente tener ideas de «todo o nada» respecto del amor; ésta es la razón de que las definiciones rígidas no acierten.
El amor constituye una experiencia subjetiva.
El amor puede ser un elixir, una panacea, un ímpetu. El amor puede ser un sueño, una búsqueda, un ideal, una meta. Hallar a alguien a quien amar puede parecer que resuelva muchos problemas de nuestra vida (en especial si encontramos a alguien cuya fuerza alimente la nuestra y nos ayude a neutralizar o superar lo que creemos son nuestras limitaciones), pero puede también causarnos problemas que no habíamos siquiera imaginado. El asunto es que el amor constituye una experiencia subjetiva, y las experiencias subjetivas son intrínsecamente personales. ¿Quién puede decir que el concepto del amor que tiene él o ella es mejor que el de usted? ¿Quién puede decir que el concepto del amor que tiene él o ella es más auténtico, más gratificante o más hondo que el suyo? La percepción del amor que tiene cada persona y su definición son tan válidas para esa persona como lo son para cualquier otra las suyas ya que, como nos dice Virginia Woolf: «No es más que una historia que uno forja en su mente».
Si el amor va a ser algo más que una fantasía creada por uno mismo, si va a superar los límites de la ilusión, si va a fructificar en la realidad, los amantes tienen que estar dispuestos a examinar las esperanzas y miedos que tiene cada uno de ellos en lo tocante a los compromisos inherentes a una relación amorosa, y crear unas pautas para hablar de y llevar adelante los cambios que invariablemente van a producirse a medida que madure la relación. No todas las personas están dispuestas a hacer esto, sin embargo, porque para algunas parejas el silencio es algo maravilloso y los cambios inimaginables.
El amor es ciego.
De forma característica, cuando la gente se enamora pasa por alto o minimiza los defectos y peculiaridades de la personalidad del amado, (A eso se referían los antiguos al decir que el amor era ciego), pero el autoengaño en el amor se extiende a otras situaciones.
En algunos casos, las relaciones se convierten en caricaturas del amor. Esto puede suceder cuando uno o ambos integrantes de la pareja son emocionalmente inmaduros o egoístas; cuando uno de los dos se muestra en general insensible a las necesidades del otro; o cuando lo que parece amor es en realidad una relación de dependencia.
Dos psicólogos sociales, Stanton Peele y Archie Brodsky, desarrollaron en detalle esta última idea en 1976, en un libro titulado Love and Addiction (Amor y adicción), en el cual argumentan que algunas personas que creen estar enamoradas se encuentran en realidad atrapadas en relaciones anuladoras, en las cuales la otra persona actúa como narcótico de aquéllas. Dichas relaciones son fomentadas por la urgencia incontrolable de hallar una fuente de seguridad que pueda simultáneamente proporcionar un «rápido arreglo» de los problemas de la vida cotidiana (como la soledad, el aburrimiento y la necesidad de previsibilidad), y borre el dolor de los conflictos psicológicos o cicatrices internas. Peele y Brodsky hacían hincapié en que estas relaciones adictivas impedían el crecimiento de ambos miembros de la pareja y en general eran anuladoras, en contraste con el amor no adictivo, al que veían como una experiencia rica y beneficiosa.
En la década de 1980, un creciente número de libros sobre relaciones amorosas problemáticas alcanzaron los primeros puestos en las listas de los más vendidos en EE.UU., como por ejemplo la obra de Robin Norwood, Women Who Love Too Much (Mujeres que aman demasiado); Smart Women/Foolish Choices (Mujeres inteligentes/elecciones necias), de Connell Cowan y Melvyn Kinder; Men Who Hate Women and the Women Who Love Them (Cuando el amor es odio, publicado por Grijalbo, 1987), de Susan Forward y Joan Torres; y el libro de Steven Carter y Julia Sokol, Men Who Can’t Love (Hombres que no pueden amar).
En parte como resultado de esta tendencia editorial (y de la atención de que estas obras fueron objeto en programas de debate), mucha gente pudo ver con mayor claridad que no todas las relaciones amorosas son las idealizadas uniones que nos gustaría que fuesen. En realidad, algunas son relaciones de dominación, desesperadas, o simplemente insatisfactorias.